La Comunidad Intercongregacional Misionera - CIM en Haití: Pequeña Luz de Esperanza
H. María del Carmen Santoyo, Maestra Católica del Sagrado Corazón
H. Luigina Coccia, Misionera Comboniana
H. Clemencia Rodríguez, Mercedaria Misionera de Barcelona
Anse-a-Pitres - Haití
De todo el mundo es conocida la situación en que Haití vive últimamente. Y las voces pesimistas y que comunican miedo parecen ser más poderosas que las luces de esperanza que también brillan vacilantes, pero perennes, como queriendo gritar que es posible vivir de otra manera. En Puerto Príncipe y sus alrededores la violencia y el caos han traído sufrimiento y ha paralizado el funcionamiento de instituciones públicas y privadas que en cualquier lugar son indispensables para que un país marche. Cientos de miles de personas se han visto obligadas a dejar sus hogares para salvar sus vidas y, en general, todo en la capital está bloqueado. Sin embargo, trae la esperanza de un cambio, el hecho de que el Consejo Presidencial de Transición, finalmente, está en plan de funcionar.
Como CIM estamos en Haití desde el 2010. Vinimos respondiendo a una iniciativa de la CLAR asumida por la CER de Ecuador para responder al clamor de Dios presente en el lamento de un pueblo golpeado por circunstancias dolorosas y que, desde los comienzos de su historia, ha visto pisoteada su dignidad. En el transcurso de estos años hemos vivido experiencias vitales que desde nuestro ser intercongregacional e itinerante ha permitido convencernos que, desde lo pequeño y caminando con sencillez junto a un pueblo pobre y sufriente, es posible colaborar en la construcción del Reino de Dios. En esta experiencia han pasado ya 10 congregaciones y 18 hermanas y, actualmente, formamos la comunidad tres hermanas pertenecientes a las congregaciones: Misioneras Combonianas, Maestras Católicas del Sagrado Corazón y Mercedarias Misioneras de Barcelona. Nos encontramos en el extremo sur de Haití, en Anse-a-Pitres, un sitio fronterizo considerado el más pobre y desatendido, pero que, quizá, por estas características, es un lugar al que tampoco llegan la violencia e inseguridad reinante en otros puntos de Haití. Lo que más resuena en nuestro diario caminar son las palabras «frontera», «deportados», «atentados a los derechos de la persona haitiana» y es con estas realidades con las que nos toca convivir y sufrir. Estando aquí sentimos, más que en otros lugares, la necesidad de humanizar las fronteras para que se deje circular la vida que se nutre de encuentros y no de divisiones.
Nuestro trabajo misionero es, ante todo, de cercanía caminando junto a este pueblo de frontera. La mayor parte son haitianos y haitianas que, habiendo nacido y vivido muchos años en la República Dominicana, han sido víctimas de las políticas de deportaciones, cada vez más duras y restrictivas. Trabajamos con los niños y niñas de estas familias ofreciéndoles un espacio para que puedan reforzar su aprendizaje o comenzar con didácticas acorde a su edad y que los preparará para luego ir a la escuela o, muchos de ellos, quedarse solamente con este recurso aprendido. También caminamos junto a mujeres que por ser el pilar que mantiene el hogar trabajan incansablemente en su negocio ambulante, pero muchas de ellas con clientela en la República Dominicana, se arriesgan a atravesar la frontera sin la documentación que requieren, sufriendo por ello extorsiones y atropellos de parte de la policía fronteriza. Con estas mujeres tenemos un proyecto de regularización de sus documentos y también se ha comenzado con un programa de Microcréditos y Economía Solidaria.
Y la frontera es también una imagen que habla de la experiencia intercongregacional que estamos viviendo: crear comunidades intercongregacionales requiere cruzar fronteras yendo más allá de los propios límites congregacionales para crear una nueva experiencia de vida consagrada misionera. Se requiere aprender a cruzar la frontera de la propia experiencia para crear algo nuevo juntas, enriqueciéndonos mutuamente de los carismas de cada una y sin cancelar las particularidades y límites de nuestras identidades carismáticas. Se experimenta un nuevo estilo de vida religiosa que se realiza a través de la consagración común a Dios guiadas siempre por su Espíritu que hace comunión en la diversidad, por la opción de una misión que es, ante todo, cercanía con los más empobrecidos de nuestro tiempo, siguiendo el camino del evangelio de Jesús y construyendo una sororidad que nace donde la alteridad es más marcada, no solo desde la natural diferencia de carácter o de procedencia cultural, sino también por los diferentes carismas que nos identifican. En esta realidad geográfica en la que vivimos, caracterizada por fronteras que tienden a cerrarse y a volverse rígidas e inhumanas, nuestra comunidad intercongregacional es una pequeña luz que ayuda a superar los miedos de vivir sin fronteras, sin necesidad de afirmar los propios «nacionalismos» para alegrarnos de una fraternidad universal. Creemos que esta experiencia intercongregacional puede iluminar el camino de renovación de la vida religiosa, especialmente en sus formas.