“Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó” (Rm 8,37)
La teología de la abundancia y del “éxito” (en el consumismo religioso) lucha contra la pedagogía del “fracaso” (en la cruz) y contra la cantidad de amenazas externas y de fragilidades internas que nos acompañan y persiguen. No solamente lo podemos recordar en algunos episodios del libro de Job, sino también en nuestras “culturas” de la culpabilidad o la justificación o la fatalidad.
Uno de los efectos nocivos de la violencia, es la tendencia a “culpabilizar” a la víctima y ofrecer misericordia al victimario. O también es frecuente que se minimice la corresponsabilidad del sistema abusador, “justificando” el ocultamiento de los encubridores. Pero -añadiendo sufrimiento- es terrible tener la sensación de “silencio-abandono-descuido” por parte del Dios que decimos bueno-misericordioso-liberador. ¿Cómo -la víctima- tiene que sobrevivir a la culpabilidad, la complicidad y el abandono de familia, sociedad, iglesia… y de Dios?.
Porque la evidencia del abuso sólo puede manejarse con la sobreabundancia del “amor” incondicional, perenne, palpable y seguro. Si no podemos vencer al abusador, sí podemos sobrevivir, vivir y triunfar gracias al “abusado Cristo” que es amado en la soledad de la tortura y en el abandono de sus amigos. ¡Qué misterio tan grande: el abusado se convierte en nuestro defensor… por-con amor que da la vida para que todos tengamos vida en abundancia!
Nos pueden quitar ingenuidad, ternura, respeto, tiempo, placer, … pero “nadie nos podrá quitar” el amor y la dignidad que hemos recibido de Cristo, que es patrimonio intangible e irrenunciable de la persona. Porque el drama de la víctima es quedarse sin recursos interiores, sin un sentido de la vida, sin base para sostenerse o resortes para salir, sin palabras-ayudas significativas que reparen integralmente. Es el drama de la fatalidad que crea la conciencia de que las cosas son o deben ser así, sin opciones para la dignidad.
“Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó” (Rm 8,37), ya que la última palabra no la tiene ni el abusador ni el encubridor, ni el trauma del pasado ni los complejos del presente, ni lo que me robaron o tatuaron en la intimidad… porque la última palabra la tiene el “amor”, más allá del dolor, del miedo, de la muerte… Saldremos triunfadores quienes acogemos al amor, con humildad y agradecimiento.
Sentirse “cuidado, escuchado y amado” es la base de la construcción de la persona y -por tanto- el trípode que capacita para resucitar todo tipo de sufrimiento y vulnerabilidad.