“Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan” (Mc 10,14)
La despreocupación o el miedo son dos reacciones extremas que poco ayudan a nuestra condición humana, cristiana, franciscana… ni tampoco en la pastoral que desarrollamos cotidiana o extraordinariamente. El confiar demasiado (confianzudos) o el vivir prevenido (delirio persecutorio) no son las actitudes que necesitamos en nuestra vida política ni evangelizadora, porque el riesgo de infidelidad podría superar a la supuesta “pax romana”.
La “actitud” de los apóstoles de Jesús no siempre coincide con la propuesta del Reino de Dios: pues no se trata de vivir evitando sino “proponiendo”; no buscamos autoprotegernos sino ser “cuidadores”; no excluimos a las personas por su condición sino que les “anunciamos” la Buena Nueva; no permanecemos en el aburrimiento de la rutina sino que damos pasos para la “fidelidad creativa”... No pretendemos autoexcluirnos de la relación con niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables -so pretexto de los riesgos a una denuncia-, sino que procuramos mejorar nuestro “servicio” a la infancia, a los jóvenes y a los vulnerables desde la fraternidad y la minoridad capuchina.
Pero, es bien cierto, que en cada momento de la historia y en cada ámbito pastoral debemos servir con la mayor calidez y calidad, con fidelidad y creatividad, con recursos humanos y materiales, con iniciativas personales, pero “desde la fraternidad”… Sería ingenuo -y hasta negligente- pretender que estamos capacitados para todo, por el mero hecho de haber emitido la profesión o recibido el sacramento del Orden, ... porque la gracia de Dios va acompañada de las “obras de amor”.
“Formarse para servir”, es algo más que la información, aunque la incluye. Formarse es “crecer” en la opción de fe y en la decisión de servir, con actitud de entrega. Formarse en el siglo XXI incluye la capacitación (desarrollar capacidades y habilidades), pero debe llegar hasta la médula, el sistema nervioso central, lo más íntimo del corazón, el rincón profundo del inconsciente… y eso se llama “conversión integral”.
Para cambiar nuestras actitudes y acciones con los menores -cuidándolos y protegiéndolos- debemos crecer en el mundo emocional, social, teologal, fraterno, carismático, pastoral… porque el dinamismo y las exigencias de nuestra sociedad y de nuestra iglesia exigen algo más que “buenas intenciones” o buenismos ingenuos; hoy se nos pide transparencia, parresía, testimonio, alegría, consciencia… y respuestas de evangelio a quienes se acercan a Jesucristo, que nos reclama: “Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan”... ni tampoco se queden en la autorreferencialidad o en un museo pastoral (cfr. Papa Francisco).
Dado que “la ignorancia no exime del cumplimiento de la ley”, hemos de esforzarnos por reducir la ignorancia y aumentar la responsabilidad, es decir, comprometernos desde la plena conciencia de las consecuencias y mejorar nuestros conocimientos para dar más sostenibilidad a las decisiones. El argumento infantil -irresponsable, también- de que vivimos “más reunidos que unidos” o que “aprobamos muchos documentos pero no cumplimos ninguno”... no puede justificar la desidia, quemeimportismo, negligencia, anquilosamiento o el sabelotodo… Podemos preguntarnos sobre el tiempo y energía que Jesucristo dedicó a “enseñar” y “convivir” con los apóstoles… y sus “acciones milagrosas” que abrían los ojos a unos y deslumbraban a otros. Jesucristo no pierde el tiempo con nosotros cuando nos explica las parábolas, nos muestra los contenidos y métodos misioneros, nos reubica en actitudes de servicio (frente al poder) y nos “reúne” para explicar las escrituras y partir el pan… Jesucristo no pierde el tiempo cuando “forma” a cada discípulo y a toda la comunidad…
Bien decía un hermano que “ignoras mucho más de lo que sabes” o cuando en el mundo digital se nos recuerda que “todos sabemos algo y todos desconocemos mucho”... Por eso, déjate moldear (formar) por Jesucristo, la Iglesia, la Orden… los hermanos y nuestro pueblo… con los libros de la vida y con la vida enriquecida por el conocimiento.