“No será así entre ustedes” (Mc 10,43)
La realidad que vivimos -con tantos egos propios y ajenos- tiene innumerables manifestaciones de prepotencia, dominio o sumisión, que rompe las relaciones fraternas (simétricas) para crear desigualdades, asimetrías y víctimas. De hecho, hay demasiadas víctimas del abuso de conciencia y de poder en nuestros ambientes familiares, sociales, laborales, políticos, económicos, culturales, ecológicos… y -lamentablemente- también en nuestros ambientes eclesiales.
Jesús lo advirtió con toda claridad a sus discípulos: “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad” (Mc 10,42). Y seríamos ingenuos, cómplices o -quizá- abusadores si no reconocemos nuestra participación en este sistema de poder y prepotencia que invade la dignidad, identidad y desarrollo de las personas y de los pueblos. Si abrimos los ojos, quizá lo veamos con pasividad o con indignación… pero sería terrible pretender el buenismo de que eso les ocurre solamente a los demás. Aunque Jesucristo, nos advierte con fuerza: “Pero no será así entre ustedes”. (Mc 10,43).
La pulsión animal-humana de dominar a los demás -e incluso a Dios- nos hace potenciales abusadores, a no ser que caminemos en la conversión integral y que trabajemos constantemente sobre nuestras actitudes. Estamos llamados a pasar del dominio al servicio, del sometimiento a la donación, de la agresividad a la fraternidad, de la manipulación a la amistad liberadora, del abuso al cuidado…
Sí, estamos llamados/as a cuidar nuestras reacciones, tantas veces denunciadoras del virus del poder, y también a cuidar nuestras actitudes, en ocasiones tan farisaicas como las de Pedro en el Cenáculo. Decimos no sentirnos dignos frente a Jesucristo, e incluso nos da vergüenza que El nos lave los pies, pero normalizamos el autoritarismo, los deseos de grandeza, el aplastamiento a otros..., quizá anulando las obras de misericordia para rigorizar los mandamientos judaicos. Por eso, Jesucristo nos da el “antídoto” ante el veneno del abuso: “el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre” (Mc 10, 43-45).
El servicio no solo son “acciones” que benefician a los demás, sino la “actitud” de quien dignifica a los otros y se entrega a la fraternidad, la justicia y la solidaridad… por encima de las reivindicaciones, retaliaciones o resentimientos frecuentes. El “servicio” nos iguala a los otros, especialmente a los que más necesitan sentirse “personas” y no “cosas” instrumentalizadas por los poderosos para conseguir más poder, placer, dinero o prestigio. Malditos quienes usan y abusan de los pequeños y vulnerables (que no deciden lo que les pasa) y se creen dueños, amparados en un cargo, título, posición económica, relevancia social o ministerio eclesial.
En vigilancia constante, debemos cuidarnos a nosotros mismos de las actitudes abusadoras y -además- debemos cuidar a quienes sienten más vulnerabilidad, debido al abandono -físico o emocional-, la agresión, la ausencia de apoyo o la falta de escucha… Tenemos la misión evangélica de cuidar a los débiles, frente “a los que abusan de su autoridad” religiosa, económica, política, jurídica, académica, laboral, emocional, familiar, profesional o de cualquier tipo.
Pensemos con serenidad: Cuando no vemos casos de abuso a nuestro alrededor ¿será que no existen… o que no queremos abrir los ojos?. Cuando no llama la atención el que algún menor haya sido abusado ¿será que normalizamos este delito… o que somos cómplices o encubridores?. Cuando nos quedamos paralizados frente al dolor de las víctimas ¿será que no podemos hacer nada… o que hemos decidido no tomar ninguna decisión en favor de los que sufren?.
Por eso, resuena en nuestra conciencia, en cada fraternidad, en toda organización o institución,... “No será así entre ustedes” (Mc 10,43).