“Si hubieras estado aquí ”
Una vez más nos hacemos una inquietante pregunta (véase la reflexión sobre “el Ángel de Tobías”): “¿los ´hermanos menores´ asumimos el compromiso de cuidarnos y cuidar a los demás, especialmente a los “menores” de hoy…?”.
Pero añadamos un reclamo bastante frecuente, al estilo de Marta de Betania, que dice a Jesús: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn 11,21). Ese doloroso reclamo podría aumentar con algunas preguntas: ¿por qué me pasó a mí?, ¿por qué tuve que sufrir esta experiencia tan dura? ¿por qué sufren los inocentes y parecen triunfar los malvados? ¿por qué no me cuidaron los que eran mis custodios familiares, religiosos, educativos…?, ¿por qué… Dios parecía sordo-mudo-pasivo frente a lo que me pasó o lo que les pasa a las víctimas?.
Sin duda que muchos hemos sufrido alguna experiencia de “tipo A”: abandono, abuso, agresión, amargura... y nos ha costado disfrutar de la “vitamina C”: cuidado, cariño, comprensión, compasión… Y quizá hemos tenido que lamernos las heridas en la soledad y la descalificación, sin el significativo abrazo protector del otro y de Jesucristo, tal vez ocupado en sus urgencias salvadoras y sin tiempo o energía para cuidarme-protegerme-consolarme del duelo que llevamos en lo más profundo…
Cada persona asume el compromiso de cuidarse y de cuidar a los demás, especialmente a los menores y más vulnerables, con la “vitamina C” del “Crucificado” que comparte nuestras cruces; del “Cristo”, que acompaña nuestros duelos y del “Consolador” que vivifica -con su espíritu- nuestras lamentaciones… Con todo, vamos pasando (camino pascual) de la negación al sufrimiento, de la tristeza al reclamo, del consuelo a la esperanza, de la muerte a la vida… porque “yo sé que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te la concederá” (Jn 11,22), dado que “Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11,27) para dar sentido al dolor y resucitar a los que han saboreado la “muerte” emocional, sexual, espiritual, relacional, fisiológica…
La pregunta cristiana, frente a lo que nos sucede a nivel personal, familiar, social y eclesial, no está en el “por-qué” (causante culpable), sino en el “para-qué” (sabiduría para nueva nueva). No se trata de meternos en el huracán de los reclamos (“¡si hubieras estado aquí!”) sino en la barca que rema “mar adentro” de nuestra intimidad redimida con el amor de Cristo (“¡tú eres el que tenía que venir al mundo!”) que levanta al caído, que abraza al abandonado, que alegra al desesperado, que restaura al abusado,... y que resucita a su amigo Lázaro, a ti y a mí (“amigos” por quien Jesús ha dado la vida por amor, cfr. Jn 15,13).
Tal vez debemos “cuidarnos” de imaginarios y discursos religiosos alienantes, que revictimizan en lugar de liberar. Quizá debamos “cuidarnos” en buscar culpables (incluso en uno mismo) para encontrarnos con quien siempre da la mano, el amor y la vida por los que sufren el dolor “tipo A”... para que disfruten de la “vitamina C”.