“Jesús le respondió: Si no te lavo, no podrás tener parte conmigo. Entonces Pedro le dijo: Señor, lávame no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. (Jn 13,8-9)
En nuestro contexto socioeclesial, mirando más allá de los ropajes y los teatros litúrgicos, podemos observar muchas conductas inapropiadas, ya sea por misoginia, homofobia, misandria, aporofobia o cualquier gesto de desprecio a niñas, niños o adolescentes, a personas con alguna discapacidad o simplemente a quien parece “diferente”. No pocas personas seguimos esclavas de nuestros sistemas discriminadores, y portadoras/es de sentipensaractuares poco amistosos.
La humanización de nuestras relaciones y la fraternidad de nuestros comportamientos, nos coloca en el desafío de limpiar “la cabeza, las manos y los pies”. Por eso es importante “capacitarnos” (lavando la cabeza) con los recursos informativos, pedagógicos, intelectuales y pastorales que nos sacan de las cavernas de la autodefensa, para abrirnos al horizonte de los desafíos nuevos que requieren respuestas nuevas.
Pero, no olvidemos que por los frutos se les conocerá. Ya que, en ocasiones, tenemos buenos criterios y excelente titulitis, pero no siempre se muestran con “acciones” significativas, sinceras y liberadoras (lavando las manos) de gestos displicentes, excluyentes o -incluso- violentos. Hay muchas manos ensuciadas en la cotidianidad, normalizadas en la historia y justificadas -como buenos “pilatos”- con el silencio cómplice.
Jesús urge a Pedro -más de una vez- para que “se deje lavar los pies” porque -ni él ni nosotros- puede lavarse a sí mismo las “actitudes” enconadas a lo largo de la historia personal y comunitaria. No es cierto que la adicción a la “violencia” se puede superar con la mera voluntad del abusador, sino con la acción compasiva del Señor y con la conversión radical de quien da pasos y más pasos de poder -dominar- y de abuso -victimar-. “Dejarse lavar las actitudes” normalizadas, con el amor hecho servicio fraterno, es el principio de la conversión integral, la fraternidad universal y la amistad social.
¿Cómo podemos servir al estilo de Jesús, si no aprendemos -y aprehendemos- de Él mismo cómo se practica el servicio que libera? Porque no basta con la buena voluntad ni con el firme propósito de ser buena gente, además hace falta tener el estilo, espíritu, amor y entrega del “Siervo de Yahvé”, Jesucristo.
¡Cuántas cosas buenas hacemos, sin el corazón de Jesucristo y sin la alegría del servicio! ¡Cuántas veces repetimos -como el mito de Sísifo- la firme intención de ser verdaderas cuidadoras/es y servidores de los más sufridos, y acabamos por repetir el rol de las/os victimadores!
Necesitamos, en lo individual y en lo comunitario, “dejarnos lavar”, para cambiar nuestras actitudes; necesitamos “abrir nuestras mentes” y extender las manos compasivas a todas las personas heridas; necesitamos “las manos limpias” que limpien, pero con la cabeza abierta y los pies ágiles para seguir a Jesús y servir a todos los demás.