“Tomándola de la mano, dijo a la niña: Talitá kumi, que quiere decir: Niña, te lo digo, ¡levántate!” (Mc 5, 41)
El proceso de humanización de nuestro mundo se ve permanentemente amenazado por los intereses económicos, armamentísticos, políticos e ideológicos que masacran los derechos de los pueblos, de la tierra, de las niñas y niños y de todo lo que impida su ambición criminal.
Las niñas y niños migrantes, trabajadoras/os, esclavas/os, abusadas/os, violentadas/os, están esperando una mano de cariño y solidaridad que les libere del manoseo y de la agresión. ¿Dónde están las manos que cuiden, protejan y levanten a los niños y niñas que sufren como objetos usados y descartados?
La necesidad -de todo ser humano- de cariño empático y de cuidado saludable, además de buen trato y buenas intenciones, necesita una palabra llena de samaritaniedad, que resuene en todos los ámbitos: “¡levántate!” (“talitá kumi”). Porque hay una mano que levanta, una voz que anima, unas leyes que protegen y una comunidad que cuida, tiene sentido -hoy- el grito de Cristo que despierta conciencias, repara dignidades, reivindica derechos y comparte el sueño de Evangelio. Mientras gritamos, ¡levantemos al caído!. Mientras caminamos, ¡curemos al herido!. Mientras soñamos, ¡arriesguemos algo por los vulnerables!
Si “escuchar” el dolor de las víctimas es el primer paso para la redignificación, “levantar” es la acción de quien sana y cuida, para caminar en la “vida” sin detenerse en el “hecho” que podría paralizar el ansia de plenitud y de felicidad.
Levantar a quien está caído por su propia debilidad y a quien ha sido herido por la maldad de alguien, es el gran signo de “fe” (Cristo sigue cayendo por el peso de su cruz) y de “amor” (María sigue abrazando el cuerpo abusado de su hijo).
¿Hemos ayudado a que se levante una víctima para que deje de serlo? ¿Hemos colaborado a cerrar las heridas de tantas personas desangradas por la perversión?
La acción levantadora de Jesús es la misión reparadora de sus discípulos…