“Cuando llegó Jesús al lugar, miró hacia arriba y le dijo: Zaqueo, baja en seguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa.” (Lc 19,5)
El “sistema abusivo” en el que vivimos alimenta a algunos pudientes, que se aprovechan de su puesto, prestigio, plata o poder para sacar todo tipo de ventajas individuales o grupales. Mientras, tenemos multitudes indignadas por la humillación, explotación, abuso y marginación, que -a veces- reclaman y casi siempre son silenciadas por su propia postración o por las represiones de los aprovechados.
De cualquier modo, el hecho es que hay damnificados de la prepotencia y hay víctimas de los abusos. Se reconozcan o no como tales víctimas, reclamen o no su derecho a la dignidad, estén visibilizadas o no por las autoridades, el hecho real es que ha llegado la hora de la re-dignificación humana y cristiana; es urgente. Toda tardanza es revictimadora y toda inacción es negligencia mortal. Es “ahora” el tiempo de la “escucha, atención, diálogo, compromiso, reparación y reconciliación”. Seis pasos de la Buena Noticia para los que sufren.
Jesús camina con la gente, se detiene ante quien le busca, trata con respeto al “pequeño”, dialoga con el conflicto, empatiza con quien sufre, remueve conciencias e incita a decisiones sanadoras. Si Zaqueo es el “agresor” de su pueblo y -a la vez- el buscador de Jesucristo, Jesús es el “liberador” de los oprimidos-abusados y el reparador de justicia, dignidad, alegría y fraternidad.
Entre la “escucha-acogida” -que es lo primero- y la “reconciliación fraterna” -el sueño de Dios-, Jesús da tres pasos muy significativos. Se “autoinvita” a nuestra casa (nuestro espacio interior y social), “dialoga” abiertamente con lo más auténtico de la persona y suscita el “compromiso” concreto y verificable de la reparación. ¿Acaso sirve el “reconocimiento” del delito cuando no hay rehabilitación de los damnificados/as? ¿No sería “revictimación” toda palabra hueca que se anula por la inacción reparativa?
Hoy, Jesús decide entrar a nuestra casa para quedarse en ella. Él nos amó primero, se acercó primero, abrazó nuestras heridas primero y -con insistente paciencia- suscita decisiones firmes, rendición de cuentas, compromisos concretos para “celebrar” -con la inmensa alegría del banquete del Reino- el triunfo del amor, del perdón y de la reconciliación. O sea, la práctica reparativa que restaura la dignidad vital.
La humildad anula la espectacularidad, y la reparación magnifica la alegría fraterna. Porque la solidaridad sin justicia o los compromisos sin verificación, podrían convertirse en el grosero maquillaje de nuestra opción por el cuidado y la protección de los más vulnerables. Mientras que la “escucha, atención, diálogo, compromiso, reparación y reconciliación” se sostienen con la justicia, indemnización y acompañamiento de las/os damnificados.