“Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti” (Mc 5,19)
El desaliento de las víctimas silenciadas, no escuchadas, revictimizadas, desacreditadas, culpabilizadas o ignoradas… necesita de una palabra-gesto de justicia misericordiada, reparación integral y redignificación humana.
La/el agresor personal o institucional no se puede quedar tranquilo con pedir perdón o con una penitencia ritual (mensaje del Papa Francisco). No es suficiente con reconocer el delito y asumir la responsabilidad, aunque sea imprescindible. No basta con desilenciar el mal y clamar por una atención psicoespiritual, aunque sea un buen punto de partida. No queda -del todo- sanada la herida aunque tratemos de responder con eficacia a la emergencia y con compasión ante el dolor; pero sí será el paso necesario para una reparación integral. No remedia el mal quien lo traslada al anonimato de la multitud o al escándalo de las masas, aun sabiendo que la transparencia real debe incluir el stop al agresor y la sana comunicación preventiva, humanizadora y reparativa -en la medida de lo posible- sin creerlo imposible.
A partir de aquí, en los encuentros con Jesucristo, se descubre el valor del “amor” venciendo al dolor, la “libertad integral” superando las diabólicas dominaciones de otros y la “rehumanización” como la alegría de ser persona, hermana/o, amiga/o, discípula/o…
Y cuando se ha transitado por el camino del encuentro sanador, del diálogo reparador y de las nuevas relaciones fraternas, es cuando el impulso misionero se convierte en la decisión de “contar lo que el Señor ha hecho conmigo y cómo ha tenido compasión de mí”, para levantar a las víctimas y caminar con ellas, para hablar de justicia y practicar la misericordia, y para que los sistemas abusivos se transformen en ambientes seguros, es decir, familias-comunidades-instituciones seguras. Las periferias existenciales, a las que nos lanza el Papa Francisco y el Evangelio, están pobladas de personas heridas y de misioneras del cuidado.
Si discipulamos la compasión y aprendemos que la misericordia es antes que el juicio, estamos colaborando en la misión de Jesucristo, así como Él nos muestra el amor del Padre. Porque su Espíritu -trinitario- no evita la mirada del que sufre ni taladra las pupilas del agresor, sino que reconstruye relaciones de esperanza en el mundo de la incertidumbre y de la impunidad.
Hay diversas maneras de seguir a Jesús, pero todas ellas pasan por su Palabra de vida, su Contacto de amor y su Envío para el Cuidado.