“Conozco tus obras; te creen vivo, pero estás muerto. Despiértate y reanima lo que todavía no ha muerto, pues tus obras me parecen muy mediocres a la luz de Dios”. (Ap 3,1-2)
El ritmo de vida que llevamos define nuestras motivaciones y marca nuestras opciones, consciente o inconscientemente. De hecho, sigue siendo el factor principal para explicar gran parte de nuestras patologías, que -al final- suelen ser psicosomáticas, psicoafectivas y psicoespirituales.
El “estilo de vida conducido por el Espíritu”, según la práctica de Jesús de Nazaret, suele chocar con los buenos deseos, buenas palabras y buena imagen; porque no todo lo que vemos realmente es y no todo lo que verdaderamente somos se muestra. La realidad virtual podría confundirse con la presencial, la inteligencia artificial con la natural, la espiritualidad ecosinodal con el espiritualismo evasivo. Esa confusión -premeditada o no- suele encerrar tendencias o prácticas abusivas, en multiplicidad de relaciones interpersonales.
En el recorrido de la vida personal o institucional, es saludable “evaluar, rendir cuentas y aprender” de la experiencia, para convertir la realidad en punto de partida, transparentar los resultados y procedimientos, y para sacar ventaja de la experiencia que pueda mejorar el futuro. Lo peor sería mantener la amnesia evasiva, la normalización cómplice y la mediocridad del “siempre se ha hecho así”. Hemos de ser conscientes del camino (procesos), las metas (logros) y los objetivos (sueños) para abonar nuestra tierra con las experiencias felices-dolorosas y para volar hacia el horizonte con espiritualidad sanadora.
En la familia, la institución, la Iglesia y en la sociedad… “despiértate y reanima lo que todavía no ha muerto” (Ap 3,2) porque estamos en el tiempo de la oportunidades, no de las lamentaciones; es tiempo de los testimonios más que de los documentos; es hora de “despertar” del consumismo hedonista, de la violencia justificada y del abuso silenciado; ya es la hora de abrir los ojos a la esperanza, sacando la cabeza de bajo-tierra... Y necesitamos “re-animar-nos”, de tal modo que nos impulsemos con el soplo del Espíritu y con la espiritualidad del cuidado integral, global, ecosiondal, incluyente y alegre. Ese ánimo que da vida a todos, todas, todas y todos.
Seguimos haciendo muchas buenas obras, que ayudan a los demás y satisfacen nuestra estima; pero no es suficiente. Además, estamos convocadas/os por el Espíritu a “dar sentido” a lo que hacemos, a “dar ánimo” a quien está herido, y a “resignificar” el amor y la fe con las mismas actitudes y miradas de Jesucristo Servidor.
Animar o reanimar lo que estaba decaído -y fortalecer la colaboración mutua para reanimarse-, ayudará a que la misión del cuidado vaya más allá de las palabras, los documentos, las intenciones, las promesas o las leyes, y tenga en cuenta a las “personas” -a cada persona- que necesita reparación con dignidad, acompañamiento con espíritu y misericordia con justicia. De esta forma, la espiritualidad del cuidado se encarnará en un estilo de vida samaritana y nazarena.