“Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz; pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en oscuridad” (Mt 6,22)
Uno de los errores -y posibles delitos- que existen en nuestra sociedad y en nuestra iglesia, es no querer mirar la realidad de los demás, o abrir el corazón amargo a la crítica cuando algo no nos gusta. Y entonces ¿por qué “invisibilizar” el error-delito-pecado-daño? ¿para qué fijarse en la mancha ajena y pisotear a la persona caída?. ¿no tendrá una gran dosis de autojustificación evasiva?
La realidad -incluidos los problemas- requiere “miradas” humanas, misericordiosas y solidarias, que puedan transformar lo negativo, fortalecer las grandes decisiones y animar los impulsos del Espíritu… apasionado, pacífico, alegre, revitalizador… Porque lanzar la vista al suelo o al cielo nos podría impedir la mirada humanizadora al hermano que sufre o al ajeno que desaparece de las noticias escandalosas.
“Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz”, porque la ventana de nuestra persona son los “ojos de misericordia” y de amor, o de concupiscencia, envidia o avaricia de plata, placer, poder, o prestigio. Porque la “esquizofrenia” emocional y religiosa es frecuente en quienes son capaces de mirar con ojos celestiales al Santísimo y con ojos lascivos a los bajísimos/as de nuestra sociedad. Más allá de las buenas intenciones manifiestas, los ojos suelen desviarse en la dirección de nuestras entrañas inconfesadas e inconfesables, y -en no pocas ocasiones- escaneadoras, manipuladoras o abusadoras… Los ojos suelen expresar miedo, ira, pulsiones, ternura, búsqueda, perplejidad… y -a veces- deseos de penetrar en la intimidad de la otra persona. Son los ojos de la oscuridad, del trastorno, de lo atávico incontrolado, de los deseos malintencionados…
El “astigmatismo” de sentimientos y de religiosidad, nos hace cambiar el eje del amor por el deseo; el iris de la fe por el falso misticismo, y el cristalino del amor por la mirada ególatra… que cosifica a los demás para beneficio -potencial o inmediato- de sí mismo. ¿Qué hacer con nuestra manera de ver? ¿es suficiente con “bajar la mirada” ante posibles tentaciones? Mirándonos en el espejo de los demás ¿vemos que nuestros ojos desprenden luz u oscuridad?.
La mirada del levita hacia el muro del templo o la del samaritano a la herida del caído, definen el “discipulado-misión del cuidado”. La información, formación, difusión y reflexión de las/os cuidadores servirá en la medida que “cambiemos la mirada” desde las víctimas en lugar de la institución, desde el evangelio en vez de la ultramoral, con las lágrimas de las personas revictimizadas más que con el mea-culpa de los negligentes descubiertos. De hecho, necesitamos ver el dolor y a las víctimas con “ojos nuevos”, los de Jesucristo cuando dialoga con la pecadora, los de Pedro cuando levanta al tullido, los de Pablo cuando recupera la vista con Ananías, los de tantas/os cuidadores, de los pequeños/as y bienaventurados/as.
¿Por qué miramos hacia otro lado cuando debemos afrontar cualquier abuso? ¿Por qué miramos a los ojos de los amigos, para defenderlos, dejando desprotegidas a sus víctimas? ¿Para qué miramos al Crucificado con piedad, si invisibilizamos a los Crucificados sin misericordia?.
Pidamos el colirio del Espíritu para recuperar o fortalecer la mirada cuidadora de (y para) los que sufren, porque ahí vemos a Cristo, Pobre, Crucificado y Resucitado…