“Ninguna cosa, que de fuera entra en la persona, puede hacerla impura; lo que hace impura a una persona es lo que sale de ella. (Mc 7,15)
La tendencia global a la “extimidad” nos lleva a exponer nuestra intimidad a las redes, la opinión y crítica de gente anónima, con el riesgo de quedarse vacío a cambio de llenar los teléfonos con nuestras vergüenzas y nuestras exhibiciones. También el “narcisismo” invasivo-expansivo que caracteriza muchos ambientes, puede conducirnos a arriesgar nuestra vida afectivo-sexual al mundo del abuso virtual, pornografía, pederastia y tantas expresiones de manipulación de los débiles, para engordar la morbosidad de algunos.
En esta realidad, se hace más necesaria la creatividad para buscar caminos de “integridad, prevención, cuidado, protección y reparación” de los daños sufridos por niñas/os y adolescentes, y -también- por adultas/os que no pueden neutralizar el abuso de seductores, violadores y manipuladores. Los recursos para frenar la extimidad y el abuso, han de servir para dignificar a quien ha sufrido invasión de su intimidad y a quien es revictimizada/o por sus cuidadores y protectores.
Re-valorar la “intimidad, el pudor y el respeto” fortalece la autovaloración de las personas vulnerables y protege a quienes necesitan seguridad más que caprichos, y cuidado más que sobreprotección. Esto hizo -y sigue haciendo- Jesucristo en las vidas de sus discípulos y de toda la humanidad: protegiendo nuestra corporeidad y cuidando nuestra espiritualidad.
Así como una persona no adquiere la plenitud cuando consigue acumular bienes o acaparar personas; de la misma manera una persona “no pierde su dignidad” por las acciones de quienes le maltratan, porque en el corazón, el alma y la mente de todo ser humano está habitando la dignidad de “hija/o de Dios”.
La pureza -moral, religiosa o emocional- no se pierde por las acciones delictivas y patógenas de los victimarios sobre las víctimas, sino que se manifiesta en el trato hacia las autoridades dominantes, los pares rivales o los “menores” manipulables. Porque no es el poder, el sexo, el dinero y el prestigio lo que nos “corrompe” (justificándonos en la presión externa), sino que es la podredumbre interior la que encuentra una oportunidad -o muchísimas- para manifestarse en el trato invasivo, abusivo y manipulador hacia los demás.
A veces nos defendemos atacando y otras veces violentamos para autoafirmar la fuerza, pero -en realidad- solo estamos mostrando el complejo de inferioridad, la amarga mediocridad y el vacío existencial. O sea “la impureza interna”, que corroe el interior y mancha lo exterior.
Reconocer lo que somos, y dejarnos acompañar para buscar lo que debemos ser, podría convertirse en un buen objetivo existencial. Jesucristo camina con nosotros -en medio de las debilidades- dando pasos de espiritualidad, para resignificar nuestra existencia, sanar nuestra intimidad, reubicar nuestras ansiedades y fortalecer nuestras opciones de humanidad y fraternidad.