“¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te quedan perdonados, o decir: Levántate y anda?” (Lc 5,23)

La cosificación de la persona y la manipulación de las emociones es causa y efecto de abusos de todo tipo, incluido el sexual. Porque el “dualismo” que nos invade, favorece la fragmentación del ser humano entre lo visible y lo íntimo, el aspecto externo y los sentimientos profundos, el sexo y el afecto, lo material y lo espiritual, hasta el punto que se podría manipular la conciencia -interioridad- para aprovecharse de la sexualidad -corporeidad- respondiendo a sus pulsiones con acoso, abuso, manipulación y -casi siempre-  violencia.

Jesucristo, a diferencia de los religiosos de su época, mira a la persona de manera holística, ofrece caminos de reparación integral y proclama el fracaso de la fragmentación cuerpo-espíritu, salud-perdón, individuo-comunidad, justicia-misericordia. ¡Cuánto daño se ha hecho -y se sigue haciendo- a las víctimas del sistema, cuando no se les mira con los ojos de Jesucristo, sino de los fariseos! 

Así como hemos de superar todo tipo de “represión” que nos lleva a la sumisión, tampoco deberíamos caer en el “hedonismo” que motiva-produce la manipulación narcisista. Dos maneras diferentes de transitar por los caminos del abuso, que enferma a las víctimas y paraliza a la comunidad. De hecho, somos psico-somáticos, psico-sociales y psico-espirituales, porque nuestro cuerpo suele llorar el sufrimiento emocional y el sinsentido espiritual; así como nuestra conciencia entra en proceso de culpabilidad cuando se rompe la congruencia entre el sentir-pensar-actuar humanizante y cristiano.

No es nada fácil “perdonar” al estilo de Dios, como tampoco es sencillo “sanar” como la mujer sirofenicia o el pétreo discípulo que niega y confirma su amor. El perdón, antes de convertirse en una nueva relación, es un proceso de aprendizaje, acogida del amor, agradecimiento por la vida y transformación integral. La parálisis física o la depresión emocional, más que el final del camino, debería ser el final del túnel de la frustración y de la impotencia, cuando siente la mirada amorosa del caminante y la mano amiga del samaritano.

Por eso, la gran invitación a todo ser humano, especialmente a “las víctimas de los bandidos”, es “levantarse” con la ayuda de los demás, “andar“ al ritmo del Espíritu y “proclamar” con el entusiasmo de quien ha disfrutado de la sanación -interior e integral- que nos viene de la misericordia, la solidaridad y la fe. No siempre con las energías propias, ni con los valores aprehendidos, ni con los amigos de siempre, ni con la religiosidad-liturgia de mantenimiento… no siempre.

Más que presión moral o imposición religiosa o mesianismos personales, la humanidad “herida” necesita quien escuche, arriesgue, acompañe y anime la vida de Dios que hay en cada persona, que es el centro y lo primero, sin amargarse por el deber-ser ni refugiarse en el hasta-aquí-llego. 

Tenemos -más quienes más sufren- la necesidad de perdón para llegar a la reconciliación y de reparación para saborear la resurrección.