“El ángel de Tobías”
El cuidado integral de nosotros mismos, de nuestros contextos afectivos, de la casa común… no puede dejar de lado el cuidado de los más vulnerables y marginados. Es cuestión de sobrevivencia personal-cósmica y es cuestión de identidad humano-cristiana.
El descuido en nuestra salud o de los demás (por ejemplo en la pandemia, con las medidas de higiene o la vacunación…), el descuido del mundo que nos hospeda (con inundaciones, calentamiento, contaminación, acuerdos ecocidas...), y el descuido de nuestras utopías para vivir arrastrados por el polvo del realismo resignado… son elementos de reflexión y reacción, en todas las dimensiones. ¿Hasta donde confundimos el descuido con el desapropio, o el cuidado con narcisismo?.
Y dada nuestra tendencia inmediatista a reaccionar frente al escándalo y la emergencia… y teniendo en cuenta la presión externa que nos obliga a reactivar la congruencia… está claro que el “cuidado” es sobrevivencia de la especie y veracidad de la consagración.
Por eso, nos dejamos iluminar por el interés-humildad de Tobit cuando solicita la ayuda de Rafael (Tb 5), para “acompañar-cuidar” a su hijo Tobías, durante el camino, en su opción matrimonial, en la consagración religiosa y cuando la incertidumbre-crisis requiere algo más que “buena voluntad”. Ni podemos resignarnos ante la realidad fatal ni debemos evadir la responsabilidad de crear futuro, pues el “miedo” (por el posible sufrimiento) o la “lamentación” (ante la impotencia) deben dejar paso a las estrategias “preventivas” (Tb 6,17-18) y las acciones “protectoras”, porque “lo acompañará un buen ángel, hará un buen viaje y volverá sano y salvo” (Tb 5,22).
¿Caminamos solos en el trajín de nuestra vocación y misión? ¿Nos escudamos en la pretendida eficacia, para no llevar un ritmo fraterno? ¿Buscamos lo que nos gusta... o cuidamos lo que nos vitaliza?... Las respuestas a nuestras preguntas no están previstas ni estereotipadas, porque han de pasar por el diálogo horizontal (con los hermanos), por el encuentro vertical (con el Dios de la vida) y por la articulación integral del “ángel” que nos acompaña (cfr. Tb 8,4-8).
Ante las dificultades propias, o el desánimo de alguno de los nuestros, nos podremos preguntar si nos dejamos acompañar por el “ángel” o por el “ególatra” que llevamos dentro. Cuidadores o ángeles -unos de otros-, podemos caminar por senderos estrechos o sinuosos, en actitud orante, con relaciones fraternas llenas de dignidad… buscando la utopía del Reino antes que la compensación del Ego.
Por eso, ¿los “hermanos menores” asumimos el compromiso de cuidarnos y cuidar a los demás, especialmente a los “menores” de hoy…?
Jesús García, OFM Cap - Ecuador