“Jesús le dijo: 'Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?' Ella creyó que era el cuidador del huerto y le contestó: 'Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. Jesús le dijo: 'María'. Ella se dio la vuelta y le dijo: 'Rabboní', que quiere decir 'Maestro'." (Jn 20,15-16)
Cuando el abuso sexual -unido al de poder, de conciencia y religioso- se enquista en los sistemas familiar, social o eclesial, debemos “indignarnos”, pero -además- estamos urgidas/os a dar respuestas concretas a las víctimas, así como la conversión de nuestras instituciones y el freno total a los victimarios. Como Jesús, que enfrenta la ignominia de la pena de muerte a una adúltera, donde los “adúlteros” pretenden eliminar la evidencia de su pecado-delito-trastorno-sistema (cfr. Jn 8,6-10).
Negar la evidencia o eliminar las pruebas, siguen siendo prácticas frecuentes en nuestro medio, pretendiendo -con o sin éxito- mantener la impunidad, prolongando el sistema abusivo y revictimizando a las personas que sufren las consecuencias de la negligencia y encubrimiento. Y sigue siendo triste que la búsqueda de la verdad tenga menos fuerza en el cristianismo que en el periodismo, a pesar de la contundente exhortación: “la verdad les hará libres” (Jn 8,32), y que seguimos “al camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6)
Si la persona que sufre un abuso, se reconoce y es reconocida como víctima, y si frena en seco su revictimización -que resulta ser la perpetuación del abuso-, es “desenterrada” de la indignación, “levantada” del suelo y “tratada” como persona. A partir de aquí, sale del círculo vicioso del abuso, recupera su humanidad…
Pasar del sufrimiento de víctima (“por qué lloras”) a superviviente, mirando hacia adelante a pesar del trauma (“dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”) es toda una pascua humanizante y cristiana, que requiere un proceso existencial -más que temporal- para no “quedarse” en el evento, sino para avanzar en el el crecimiento personal, que nada ni nadie debería truncar… porque el amor es más fuerte que el dolor y la muerte… (cfr. Cant 8) y “Dios nos da la victoria por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (1 Cor 15,57).
Además de reconocerse a sí misma/o como víctima y salir de la revictimización, cada persona abusada está llamada a “seguir” caminando en la vida, como superviviente del trato ignominioso, en la dirección de la justicia (con misericordia), la reparación (integral), el acompañamiento (liberador) y la misión de la alegría (no sin el dolor del parto). Todo esto será posible cuando cada persona escucha la voz del amor (“¡María!”). De esta manera, ya no se autodefine por un evento, ni por el eco social, ni por la negligencia eclesial, ni por la culpabilidad subrogada… ahora tiene nombre propio, identidad humana y la “misión de la esperanza”.
Además de “frenar” -en seco- a los victimarios, “transformar” -prácticamente- el sistema abusivo y “acompañar” a las víctimas en su restauración integral, estamos urgidas/os a aprender de la experiencia y dejarnos tocar por la “firme ternura” del Resucitado, que entrega su vida por la vida de las demás víctimas, como “misionera/o del cuidado”.
Así vamos llenando nuestros espacios ecosociosinodales con el olor del “perfume del amor” que re-para, re-construye y re-vitaliza al estilo de Jesucristo (cfr. Jn 12,3).