“Abraham le replicó: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite uno de entre los muertos, no se convencerán” (Lc 16,31) 

La actitud fundamental del ser humano dialogal, de la sinodalidad y de la acogida a las víctimas de abusos, es la “escucha”. No solo para conocer los detalles de algo que se nos dice, o para informarnos con más o menos claridad sobre lo que deseamos conocer, o para tener argumentos de cara a una decisión. La escucha es el punto de partida para la humanización de nuestras existencias y para la vivencia de la fe. 

La negligencia de las autoridades, la indiferencia de las comunidades, la complicidad de los amigazos y la impunidad ante las violencias sociales y eclesiales… está creando “abismos” en la relación entre niñas, niños, adolescentes y personas vulnerables con respecto a personas de su entorno y cuidadoras/es de su dignidad, que vulneran sus derechos y traicionan su confianza. 

La declaración de los “derechos humanos” y los “derechos del niño” debería ser suficiente para que desaparezca todo abuso. El “Evangelio” debería ser buena noticia para todos los niños, pequeños, pobres, oprimidos, vulnerables y marginados, y especialmente para quienes están expuestos a las amenazas de explotación, discriminación y manipulación. Las/os “santos” que han dedicado su vida  a las personas sufridas y oprimidas, incluso entregando su propia vida, deberían animar a toda/o cristiano a ser cuidadoso en el trato bueno, afable, respetuoso y samaritano. Pero no siempre es así… 

Quizá hoy hacen falta “misioneras/os del cuidado” y “apóstoles de la protección”, que -con su palabra y acciones- actualicen los derechos, encarnen el Evangelio, vivan en la santidad cotidiana… y sean “agua” fresca en medio del desierto mundano-eclesial, así como “luz” ante los sufrimientos de las víctimas. 

La falta de escucha nos lleva a intransigencias, narcisismos ideológicos, justificación de las injusticias, multiviolencias interpersonales e intercomunitarias, incapacidad para ser mejores que nosotras/os mismos y -por tanto- nos vuelve más inhumanos. Por el contrario, la escuchoterapia nos predispone para la fe, nos habilita en la oración, nos vuelve samaritanos con las/os heridos en el camino y nos anima a la conversión integral. 

“Escuchar, escucharnos y escucharles” es más que urgencia; es la identidad de nuestra fe, la necesidad de las personas abusadas, la urgencia entre personas-comunidades conflictuadas, y el ADN de quienes hemos decidido construir la fraternidad universal.