Ninguna cosa que de fuera entra en la persona puede hacerla impura; lo que hace impura a una persona es lo que sale de ella (Mc 7, 15)
Cuando miramos los modos de proceder de los políticos, de los directivos del fútbol o algunos eclesiásticos, nos cuestionamos sobre el valor de la palabra, la congruencia y la autenticidad, pero también nos podríamos hacer un autorretrato de la “vida externalizada” con bastante exhibición narcisista, o la “fachada brillante” que oculta un hogar en tinieblas. Entendemos, en cabeza ajena y propia, que el síndrome del payaso (ríe por fuera y llora por dentro) puede normalizar nuestra existencia personal y comunitaria. ¡Sería una pena…!.
Muchas víctimas de abusos (en sus diversas modalidades descaradas o enmascaradas) viven sufriendo por todo lo que otras personas les han violentado, hasta el punto que se llegan a creer que son lo que otros han hecho con ellas o lo que muchos han dicho sobre ellas. Es terrible que una persona haya cambiado, en su mente y corazón, el autoconcepto de persona valiosa y digna, ante el uso y abuso de otra/s persona/s que le intentó quitar su dignidad humana, hasta el punto de hacerle sentir “no ser nadie” y “no valer para nada”.
Ni es cierto que las personas somos por lo que otros dicen o hacen sobre nosotros, ni tampoco es admisible que se siga moralizando sobre los comportamientos sexuales (de los demás) mientras se justifican los delitos, se silencian los abusos o se espiritualiza la opresión y la violencia (de los propios)
Hoy, como a lo largo de la historia de nuestra humanidad creyente, necesitamos recuperar la “indignación” frente a la deshumanización, la “profecía” frente al ocultamiento, la “autenticidad” frente a la teatralidad religiosa, la “mística” encarnada frente al misticismo angelical, la “cuidadanía” frente al gregarismo clerical, la “corresponsabilidad activa” frente a los secretos institucionales, la “alegría” frente al avinagramiento litúrgico, la “reparación integral” frente a la regresión apologética… Hoy, estamos llamados/as a renunciar al complejo de “fiscales de las impurezas” para convertirnos en “samaritanos del corazón”.
Tanto marketing de productos materiales o de prácticas religiosas nos está desviando de lo esencial, de lo que Cristo está haciendo en nosotros y con nosotros, para no quedarnos con lo que los agresores pueden hacer con nuestra dignidad… porque “ninguna cosa que de fuera entra en la persona puede hacerla impura; lo que hace impura a una persona es lo que sale de ella” (Mc 7, 15).
No promovamos palabras, gestos, acciones o sensibilidades que buscan “quedar bien” aunque realmente estemos “haciendo mal”; ni tampoco sigamos mirando los síntomas ocultando las causas de lo que nos/les hace sufrir. Porque bien sabemos que la “oportunidad” de abuso es solo el detonante de la podredumbre interior que se ha mantenido o cultivado en los agresores. ¿Acaso la oportunidad de una discusión justifica un femicidio? ¿O la oportunidad de una fiesta justifica un apuñalamiento? ¿O la oportunidad de una posible seducción justifica un abuso sexual?... La respuesta es ¡No!, porque ningún “estímulo” externo podrá validar la corrupción violencia, infidelidad, abuso, abandono… u otra “respuesta” inhumana e indigna, que ya estaba en su interior