Y ¿cómo lo proclamarán si no son enviados? Como dice la Escritura: Qué bienvenidos los pies de los que traen buenas noticias.. Pero es un hecho que no todos aceptaron la Buena Noticia, como decía Isaías: Señor, ¿quién nos ha escuchado y ha creído? (Rm 10, 15-16)

Entre los mecanismos de defensa, que se utilizan en el mundo religioso, podemos resaltar el de la negación y la sublimación. El primero -la “negación”- nos asemeja a las avestruces, que no quieren ver la realidad que existe a su alrededor o dentro de sí misma, y prefieren ignorar (haciéndose los locos), o utilizar el recurso de la autodefensa de imaginarios complots (complejo de persecución) o pretender la normalización de los delitos, porque la mayoría lo hace y nosotros algo menos (pilatos contemporáneos).

La “sublimación” es un mecanismo de defensa de muchas mentes y sistemas restauracionistas o espiritualistas (al estilo de los gallinazos), que miran para el cielo (y -a veces- para el suelo de su hiperculpabilidad), para no mirar a los ojos de las víctimas, ni afrontar las consecuencias de los abusos, violencias, silenciamientos, complicidades, extorsiones, y -tal vez- revictimaciones de quienes están sufriendo.

Si en nuestra vida personal y eclesial dejáramos la negación (del mal) y la sublimación (del bien), probablemente recuperaríamos la credibilidad misionera y la autenticidad discipular, siendo “bienvenidos/as los pies de los que traen buenas noticias” (Rm 10,15). Porque el evangelio es “alegría”, pero sin negación de la evidencia; y es “libertad”, pero sin sublimar nuestras buenas intenciones. 

“Es un hecho que no todos aceptaron la Buena Noticia” (Rm 10,16), porque las tinieblas no quieren el brillo de la luz y porque los profesionales de lo divino no aceptan cuestionamientos humanos. Pero también es un hecho… que hay hombres y mujeres dispuestos a caminar -por senderos algo tortuosos- con la gente que sufre, acompañando sus procesos de sobreviviente, misericordiada/o, sanada/o, reparada/o y resucitada/o. Son los misioneros y misioneras del cuidado, “que traen buenas noticias”, porque han sido llamadas/os, acompañadas/os y enviadas/as por el mismo Jesucristo, para ser el rostro samaritano de Dios ante las víctimas y el corazón misionero de Jesucristo en nuestras comunidades.

Y nos seguimos preguntando: “Señor, ¿quién nos ha escuchado y ha creído?” (Rm 10,16). Porque no se trata de pedir que otros se conviertan mientras uno mismo sigue apoltronado en las estructuras de poder (también ideológico), ni tampoco pretendamos exigir a los líderes del sistema que lo cambien radicalmente si cada uno no es capaz de asumir esta vocación-misión de cuidador/a de los/as pequeños y protector/a de los/as vulnerables. 

Hoy hemos escuchado el llamado de Jesucristo a poner “alegría” allí donde hay dolor; poner “esperanza” allí donde hay revictimación; poner “justicia” allí donde hay impunidad; poner “dedicación eficaz” allí donde hay negligencia; poner “espiritualidad” allí donde solo hay negación y sublimación… poner “vida” allí donde hay muerte…

Bienvenidos los pies de los que recorren los caminos de Latinoamérica y el Caribe siendo “cuidados/as y cuidadores/as” de la vida y del amor de Jesucristo en los niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables.