Estamos convocados  a crear nuevas relaciones interpersonales e institucionales basadas en la sinodalidad, los consensos y la comunión (cfr. Sínodo de los Obispos 2021-2023),... a través del diálogo abierto buscando la verdad, las decisiones discernidas y compartidas, la formación permanente-continuada en la identidad vocacional y ministerial, y -también- con prácticas de fraternidad universal y amistad social (cfr. Fratelli Tutti). Y para esto, es imprescindible contar con todos... hombres y mujeres, clérigos y laicos, vida consagrada masculina y femenina, profesionales externos y laicos críticos marginados… pero también con instituciones u organizaciones externas que orienten mejor nuestras perspectivas. La interdisciplinariedad, internacionalidad, interculturalidad, interdependencia, intercarismaticalidad… nos ayudarán a conseguir nuevas visiones y nuevas prácticas con quienes buscamos lo mismo: “el cuidado y el buen trato”.

Miremos al Rey David, el ungido entre sus hermanos y espejo de nuestra fragilidad. Nos podemos sentir “indignados” como el rey por el abuso del “dueño de la viña” que robó la del pobre…(cfr. 2 Sm 12,5) y también podremos “culpabilizarnos” -como el pecador David- por lo que hemos hecho contra quien estaba alrededor (en base a su poder sobre las armas, el dinero, el gobierno, los afectos, el sexo, etc.). David, creo que es un “ícono del abuso”; a la vez es abusador, misericordiado y custodio. (cfr. 2 Sm 11-13)

Así como hay una tendencia a ser o sentirnos el “rey” de la casa, de la pastoral, de las redes, de la familia o de un corazón concreto… también existe -por lo mismo- la tentación de ser “rey abusador”, que somete con su poder a los demás, para ser más que ellos y gracias a ellos. Quizá necesitamos una vacuna de humildad, personal y comunitaria, para reconocer lo que somos-hacemos-sentimos en las relaciones interpersonales, y pedir la conversión, es decir, volver a ser lo que estamos llamados a ser: MENORES de todos (a la altura de los pequeños de este mundo) para ser HERMANOS de todos (fraternidad universal y amistad social) en ITINERANCIA (conversión interior y comunitaria) y CUIDADO reverente de la casa común (creaturas y cosmos).

David nos enseña, con su vida, que en situación de crisis se puede descubrir el kairos (“... Dios demuestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”, Rm 5,9)  en la sinodalidad, la comunión, los grupos y equipos de cuidadores, los defensores de la vida integralmente (no solo en una etapa de la vida o de la “no vida”).  Describir la acción de Dios en lo que buscamos, aprendemos, decidimos... nos compromete en la causa del Reino, que es la causa de los pobres, pequeños, vulnerables, sufridos…

Desde esta perspectiva, nuestra oración contemplativa -desde el corazón, como los salmos de David- sería menos formalista y más redentora, en la medida que exprese nuestra “itinerancia pascual” del abuso al reconocimiento, de reconocer a discernir, del discernimiento a la conversión y de la conversión a la opción por el Reino y sus preferidos. Quizá el salmista podría, hoy, orar así…

La alegría de tu amor hecho misericordia 
y la esperanza de tu vida hecha novedad, 
es el brazo que me sostiene 
y la mano que me acoge, 
por encima de mis miedos y fragilidad, 
de mis frustraciones e impotencias.... 
por encima de mí, con todo…
por debajo de la entrega y la ternura
más cerca de ti -perfume de Dios-
más lejos del mal -hedor del Ego-
con el Espíritu de Vida y Camino de Verdad


Si la espiritualidad nace del “encuentro” y se convierte en un “estilo de vida”, es claro que hemos de hacer que el autocuidado, el cuidado de los hermanos y de los más pequeños, se convierta en una “vacuna” del “virus” del poder.