Les declaró (dice Jesús): Dios dice en la Escritura: Mi casa será casa de oración. Pero ustedes la han convertido en un refugio de ladrones.” (Lc 19, 46) 

La ilusión y las motivaciones sublimes de los inicios de nuestra “vocación” suelen desinflarse con el aburrimiento y la repetición de eventos religiosos, no siempre retribuidos por el aplauso o el reconocimiento. En ocasiones, acabamos por reproducir aquello que criticamos en otros tiempos, y renunciamos a la utopía por arrastrarnos en el crudo realismo, a veces adornado con la acedia. 

Consciente o inconscientemente podemos estar alimentando el “sistema” socio-ecológico, el económico-político o el eclesial-religioso, donde importa más la cantidad que la “espiritualidad”; …se valora más el rendimiento económico o emocional que la alegría de la “utopía”; …se rebajan las expectativas proféticas porque hemos mundanizado la “evangelización”; …se regresa a la visibilización social por falta de significatividad “carismática”; …se vive la fatalidad de lo que no tenemos-podemos en lugar de soñar-caminar juntos en “justicia y paz”... En fin, más que compartir la “casa” de la fraternidad, quizá estamos aduanizando los servicios religiosos. 

Cada una de nuestras casas, instituciones sociales o pastorales, servicios religiosos o relaciones humano-cristianas están llamadas a “mostrar el amor del Padre”, superando cualquier “formalismo” que nos divida o cualquier “negocio” que nos enriquezca o cualquier “narcisismo” que nos esclavice o cualquier “complicidad” que mediocrice nuestra vocación. 

Por eso, es evidente que debemos cuidarnos del afán de protagonismo o ganancia, pero también debemos cuidar que nuestra evangelización se convierta en una función o que nuestras relaciones fragmenten la fraternidad hecha de amor, entrega, sinodalidad, alegría, escucha, interdependencia y corresponsabilidad. “Cuidarnos y cuidar” a los demás es una necesidad y una vocación, para que el Reino de Dios se muestre con sencillez y nosotros/as lo vivamos y contagiemos, como la luz que se pone en lo alto del monte y encima de la mesa. 

Podríamos hacernos algunas preguntas: ¿nuestras acciones pastorales contagian espiritualidad o solo eficiencia? ¿la rentabilidad que buscamos es para el Reino o para nuestra autorrealización? ¿entregamos nuestra vida o robamos la esperanza de la gente? 

Jesús nos responde: “mi casa es casa de oración” o sea es “casa del encuentro” con el Padre y encuentro con sus hijos/as. De lo contrario -tal vez- Jesucristo al acercarse a nuestra comunidad eclesial, llora por ella y dice: “¡Si al menos en este día tú también conocieras los caminos de la paz! Pero son cosas que tus ojos no pueden ver todavía” (Lc 19,42), o -tal vez- ya estamos contemplando su gloria en la glorificación de las víctimas de tantos abusos cometidos en “los recintos del templo” (cfr. Lc 19,47), mientras “todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras” (Lc 19,48).