“Jesús volvió de las orillas del Jordán lleno del Espíritu Santo y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto” (Lc 4,1) 

Hay diversos estímulos para moverse en el espacio y en el tiempo que ocupamos: motivaciones, presiones, agresiones, escándalos… o espiritualidad. Ciertamente no es lo mismo dar pasos por la presión externa o por motivaciones internas; de hecho, es muy humano dejarse interpelar por los signos de los tiempos y tomar decisiones personales-comunitarias bien discernidas y responsables. 

En el mundo polarizado, a favor o en contra de una persona o de un proyecto, y en la obsesión por la espectacularidad y la visibilidad… existe la tendencia a buscar adeptos y prosélitos (también fanáticos) más que ciudadanos conscientes, críticos, reflexivos, dialogantes… Con estos esquemas nos movemos en la política, economía, cultura, ecología… y también en algunos ambientes eclesiales. 


Pablo nos ilumina sobre los “partidos” y “fanáticos” de la comunidad que luchan por “defender su verdad” en lugar de buscar el Reino de Dios y su justicia (cfr. Mt 6,33), de tal manera que discutimos sobre doctrinas en lugar de contagiar Evangelio; marcamos las diferencias morales en lugar de crear la fraternidad universal; justificamos luchas y guerras intestinas en lugar de dialogar por la amistad social; creamos búnkeres de seguridad en lugar de salir a las periferias; rescatamos moralismos y ritualismos ancestrales en lugar de celebrar la vida y la fe con alegría… y nos parecemos más a la comunidad de Corinto que a la de Betania, como nos relata la carta paulina: “...me han hablado de que hay rivalidades entre ustedes. Puedo usar esta palabra, ya que uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo soy de Apolo», o «Yo soy de Cefas», o «Yo soy de Cristo». ¿Quieren dividir a Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?” (1 Cor 1, 11-13) 


Y continuando con más preguntas: ¿defendemos a las víctimas o al sistema abusador?, ¿tomamos decisiones para vivir el Evangelio o para defendernos de los escándalos? ¿dialogamos con los más vulnerables y descartados sobre sus dolores y esperanzas?. Escuchemos a Pablo: “Les ruego, hermanos, en nombre de Cristo Jesús, nuestro Señor, que se pongan todos de acuerdo y terminen con las divisiones, que encuentren un mismo modo de pensar y los mismos criterios” (1 Cor 1,10). 


Los que nos hemos encontrado personalmente con Cristo Resucitado, al “re-unirnos”, creamos la fraternidad evangélica y contagiamos la alegría del Evangelio. No solo para disfrutarlo entre unos pocos -élite de la santidad-, sino para globalizar la esperanza, justicia, alegría, paz y vida, especialmente para quienes han sufrido cualquier abuso de conciencia y de poder, así como el sexual, religioso o psicológico. 

No será posible esta conversión integral, dejándonos mover por la teatralidad religiosa o por mantener-recuperar el prestigio social, sino por el mismo espíritu de Jesucristo, que nos hace caminar por el desierto (vulnerabilidad) (cfr. Lc 4,1), por los caminos (misión), dialogando empáticamente con los marginados (misericordia) y arriesgando la vida -hasta entregarla- (con amor total) (cfr. Jn 14,15-21). 


Que el Espíritu de Jesús nos mueva, antes que nada ni nadie, para ser misioneros del cuidado y líderes de la protección a los más débiles, como Él, personalizando a Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Is 61,1-2)