“No creo haber conseguido ya la meta ni me considero un «perfecto», sino que prosigo mi carrera para conquistarla, como ya he sido conquistado por Cristo”. (Flp 3, 12)

Hay mucha gente que padece trastornos del sueño, alimenticios, adicciones, depresiones, ansiedades, etc. Y en algunas ocasiones se convierten en patologías diagnosticadas por la psicología barata de tantísimos sabios callejeros, que han puesto de moda palabras como estrés, depresión o ansiedad. Porque no es sencillo mantener el entusiasmo del inicio a lo largo del camino y con las vicisitudes de la “carrera de la vida”, no exenta de frustraciones, fracasos e impotencias.

Bien nos ha señalado el papa Francisco, más de una vez, “no se cansen de hacer el bien” y que “no nos dejemos robar” el entusiasmo y la espiritualidad… porque nos quedaríamos sin motor ni gasolina ni volante para conducir nuestra propia vida y orientar a la de los demás. Es bastante llamativo comprobar la caducidad y la obsolescencia del amor de la pareja, de la parresía y profecía de la vida consagrada, del liderazgo honesto en la política y de la solidaridad ecosinodal en la sociedad. Ya no llaman la atención (a pesar de que sí dan tristeza) los divorcios, los abandonos en la vida consagrada o el sacerdocio, los cambios de camiseta política, o la consumista reconversión de las fundaciones solidarias en empresas de gestión. 

Los cansancios personales y la búsqueda del prestigio y del poder, así como la necesidad de rellenar los vacíos motivacionales… son caldo de cultivo para los diferentes abusos en la familia, iglesia y sociedad. El hedonismo, clericalismo y corrupción podrían desbancar los grandes valores del amor (que se dona), del profetismo (que transforma) y del servicio (que trae fraternidad y justicia).

Por ello, es necesaria la “prevención” de los abusos, de los abandonos y de la injusticia, que sostiene la “espiritualidad del cuidado integral” de uno mismo y de los demás, especialmente de los más vulnerables y de los ya vulnerados/as.

Parafraseando a San Pablo, podríamos decir que la HUMILDAD llena de transparencia y autenticidad (“no creo haber conseguido ya la meta”), la MISERICORDIA recibida y compartida (“ni me considero un perfecto”), la sana ESPIRITUALIDAD llena de utopías humanizantes (“prosigo mi carrera para conquistarla”) y la ENTREGA generosa de sí mismo por la causa del Reino (“como ya he sido conquistado por Cristo”)... son los antídotos del aburrimiento melancólico, el cansancio de sentido, las compensaciones abusivas y los fundamentalismos conservacionistas, que están hiriendo de muerte a la la Iglesia, la Familia y la Sociedad, especialmente en la vida de niñas, niños, adolescentes y personas vulnerables.

La vida en Cristo no es una carrera profesional sino un camino de fraternidad, sabiendo que en el trayecto ya está el destino, que en los medios ya está el fin, y que en la conversión ya está el Reino (cfr. Mc 1,15). Así seremos Buena Noticia para los “minores” y Evangelio para la casa común.