“Si ustedes saben interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no comprenden el tiempo presente?” (Lc 12,56)

Así como la vida y la historia son dinámicas, también nuestra realidad está llena de desafíos que nos provocan perplejidad, incertidumbre, impotencia, inquietudes y mucha novedad. Cómo no reconocer que además de estar en una época de cambio y un cambio de época… existen tantos y tan diversos cambios culturales, sociales, económicos, políticos, religiosos afectivos y climáticos que a nadie dejan impasible, excepto a la mediocracia.

Si salimos a la calle y a las periferias existenciales de nuestras ciudades, selvas, manglares, páramos y caminos… podemos contemplar el dolor y el amor en el rostro concreto de nuestros hermanos y hermanas, así como  la confusión y la esperanza.

Hay tres posibles reacciones ante la realidad, que -tal vez- nos delatan o nos iluminan: “avestruces” que metemos la cabeza bajo tierra para no enterarnos de lo que pasa;  “cóndores” que vuelan y observan queriendo sublimar todo con justificaciones espirituales; “samaritanos” que se detienen ante el herido, lo curan, lo acompañan y lo hacen hermano. ¿Qué actitud es la nuestra? ¿Cuáles son las reacciones frecuentes ante el abuso, la violencia intrafamiliar, el sicariato, la corrupción o el empobrecimiento progresivo de los más débiles? ¿Hemos engrosado en el inmenso grupo de la indiferencia, normalización o justificación de todo?

Frente a estas tres tentaciones diabólicas de todos los seres humanos, quizá podamos dar pasos para pasar de la indiferencia a la “sensibilidad” comprometida; pasar de la normalización de la violencia y el abuso, a la “indignación” que busca cambios sistémicos y concretos; pasar de la justificación religiosa o pseudo psicológica a la “responsabilidad” efectiva, personal y permanente.

Para que esto ocurra, necesitamos “ver” la realidad heterogénea, compleja y diversa… con la “Palabra de Dios” que es luz, vida, espada de doble filo y semilla del Reino… impulsados/as por el “Espíritu de Jesús”, que es dinámico, nuevo, humilde y fiel… y siempre buscando el “Reino de Dios” que va más allá de nuestros imaginarios y que está más cerca que nuestros sueños.

Es cierto que “discernir los signos de los tiempos” es tarea personal, pero también comunitaria, nunca solos, ni con una élite, ni con grupos de poder, sino con todo el santo fiel pueblo de Dios, en sinodalidad alegre.

No es suficiente con “hablar” de lo que sucede, narrar -con aires de escándalo- la crueldad creciente frente a nuestras narices o compartir sesudas y periféricas reflexiones filosóficas desimplicadas. Necesitamos “aprender del pasado, discernir el presente y soñar con el futuro”… para que el mundo “cambie”, porque ya estamos cambiando nosotros; para que la “fraternidad” se instaure porque ya nos relacionamos como hermanos; para que la “alegría” se contagie, porque ya sacamos del corazón la sonrisa de Dios en medio de realidades abusivas y desconcertantes

Atrevámonos a mirar de frente, comprender sencillamente y responder con valentía a los signos de los tiempos…