“Llega la hora, ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo”. (Jn 16,32)

Cuando aparecen conflictos -o se alargan las crisis- existen muchas maneras de reaccionar, que suelen exteriorizar lo que somos-sentimos verdaderamente los humanos. Así como hay quien enfrenta con decisión y esperanza los imprevistos, también hay quien los niega o los quisiera eliminar. Puede ocurrir que se pretenda eliminar al mensajero para que se pierda el mensaje, y la avestruz socioeclesial siga con su discurso bajo tierra o los mosquitos estén picando a los demás mientras emiten ruidos que a nadie agradan.

Podríamos preguntarnos si acaso, frente al clericalismo, el abuso, el rigorismo, la regresión o la supuesta ortodoxia religiosa, hay demasiadas “avestruces” de dos patas y con la cabeza bajo tierra, o quizá pululan innumerables “mosquitos” que aprovechan cualquier claridad en medio de la noche para salir de su escondrijo. Pero, al escuchar al mismo Jesucristo, podríamos preguntarnos si acaso es hora de “dispersarnos cada uno por su lado” o de retomar la sinodalidad, comunión y misión desde la espiritualidad de los ojos abiertos y los oídos atentos… a las personas y realidades que esperan una Buena Noticia, o sea, el Evangelio.

“Dejar solo a Jesucristo” ante los escandalosos o los cómplices, ejerciendo de pilatos, caifases, herodianos o un “prestigioso sanedrín” que justifica, acusa, elimina o silencia… no es opción humana  ni cristiana, aunque -lamentablemente- sigue sucediendo en algunos ámbitos. Ha llegado la hora del “cuidado en la prevención” y de la “dignidad en la protección” de todas las personas que sufren el riesgo de ser heridos en el camino de la vida.

Mirar para otro lado o taparse los ojos, ya no es una opción. Ignorar o abandonar a las víctimas, ya no es admisible. Practicar el sentido de cuerpo en lugar de defender a quien es vulnerado, ya no puede continuar. Silenciar los escándalos para sostener la institución, ya no se puede tolerar. Pretender recuperar la inmunidad de los privilegios religiosos, ya no lo permite nuestra sociedad… porque ha llegado la hora de poner un stop a cualquier abuso, adornado con erróneos adoctrinamientos sobre obediencia, castidad, pobreza o comunión.

En tiempos de crisis, Cristo no abandona a sus hermanos en los sufrimientos e incertidumbres, sino que los acompaña desde la cruz y saliendo de los sepulcros, porque así como Él no está solo, porque su Padre está con él (cfr. Jn 16, 32) todas las víctimas tienen “su amor” hasta la muerte y “nuestra solidaridad” hasta la reparación.