Saberes, Sabores y Colores de los Territorios
La vida se mueve en el presente donde se construye la memoria del futuro, entretejida con la memoria ancestral y los sueños esperanzadores de nuestros pueblos. Esta contextura se amasa de manera sencilla y casi espontánea en el arte de habitar la cotidianidad en los territorios[1].
Si nos damos el tiempo para hacer una parada, es fácil caer en la cuenta de que los saberes siempre han estado allí, por donde pasamos y en los entrecruces de los ciclos de la vida. Cada vez que hacemos el ejercicio de rememorar nuestra existencia, nos descubrimos como parte de la trama de hilados donde nos formamos como aprendices y maestros. Todos los lugares son sapienciales y cocinamos saberes colectivos al calor de la familia, la escuela, las barriadas, entre amigos, en la vida festiva de nuestros territorios, en los carnavales, en las mingas, en los trueques, en la conexión con la Pachamama. Los saberes se desgranan y se pasan de mano en mamo de una generación a otra, de un pueblo a otro pueblo y se perifonean en todos los espacios sociales. Estos tienen la fuerza de evocar la imaginación creativa, dar vida a narrativas que ampliar los horizontes de sentido y renovar la praxis de las comunidades enriqueciendo la metamorfosis de sus procesos.
Cuando los saberes comunes se juntan dan vida a los sabores. Oh díganme, ¿quiénes no han disfrutado de las fragancias que se doran con el sol o que se maduran arropados por la tierra y se hornean con la sazón de las abuelas? Los sabores son inolvidables, nos permiten viajar a otras épocas y visitar esas biografías situadas que alimentaron nuestras relaciones afectivas, entreverados al paladar y a los aromas. Los sabores nos trasladan a tiempos y a lugares que han dejado huella en nuestra existencia. Nos llevan a la niñez o juventud, a los callejones que nos vieron crecer, a las plazoletas coloridas, a las chagras ricas de soberanía alimentaria, a las ollas comunitarias. Los sabores son nichos de recuerdos que hoy deseamos repetir o recrear para volver a gustar la vida. Entonces, que germine las semillas en cada pedazo de tierra para alimentar la esperanza de los pueblos y que los sabores nos reúnan alrededor de la mesa en donde se emplata el Evangelio. Hagamos memoria de que, “aunque somos muchos, todos comemos de un mismo pan, y por esto somos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).
La Madre tierra es también maestra de pluralidad, ella con sus biomas y ecosistemas nos enseña a vivir dentro del movimiento creativo de la diversidad. Somos una sola comunidad interconectada y encontramos sentido en la conectividad. Coexistimos con un propósito: el buen vivir. Nuestras texturas y colores nos hacen únicamente otros con los otros.
[1] Saberes, sabores y colores es un festival propuesto por Asmufare para compartir y visibilizar los conocimientos colectivos, en Armenia, Quindío.