PAZ EN LA VIDA DE LOS TERRITORIOS

Mónica Benavides, hdv[1]


Introducción 

 

La presentación aborda la relevancia que tiene para este momento histórico la Encíclica Pacem in Terris, ya que supo abrir el camino de escucha al clamor de la humanidad, pidiendo paz en cada rincón del mundo[2]. Paz en la tierra dice Juan XXIII. Paz en la vida de los territorios replican las comunidades, quienes cuidan y defienden los lugares donde habitan[3].

 

Palabras clave: Paz en la tierra; Defensa de la vida; el territorio lugar sagrado.

 

1.      ¡Paz en la tierra!

 

¡Paz en la tierra! Es el grito de dolor ante las oleadas de violencias que ha abierto agujeros negros en la historia, dejando traumas y cicatrices en nuestra memoria colectiva y cuerpo social. 

La Encíclica Pacem in Terris[4], publicada en 1963, recoge y acoge las preocupaciones de la humanidad en un momento complejo. Desde una óptica eclesial, el documento lee la realidad de un mundo amenazado por conflictos, guerras y relaciones tensas que repercuten en la vida de los pueblos y de los territorios. En este contexto, las palabras de Juan XXIII dirigidas a “las personas de buena voluntad” resuenan en una generación que anhela paz, despertando así, el deseo del cambio (PT, 1.4).


Pacem in Terris es un documento profético, que denuncia la lógica y las relaciones, que han desencadenado problemáticas sociales y condiciones de inequidad. Hace una crítica a los imperios que gobiernan el mundo, quienes utilizan la interdependencia entre las naciones para ejercer presión, conflicto y guerra[5]. Al mismo tiempo muestra la ética como signo de esperanza, ya que esta facilita la construcción del bien común, de una vida digna y de un mundo solidario en el convivio de las diversidades. La Encíclica busca la corresponsabilidad, la interrelación y la creación de alianzas que favorezcan las posibilidades de contacto y de acción desde los puntos neurálgicos. Ya que, solo la paz con justicia social emancipa los cuerpos socioterritoriales[6]

La Encíclica reconoce a la persona como sujeto de derechos y deberes[7]. Esta premisa permite dar un paso más en la reivindicación del cuidado de los territorios y despierta el interés por la antigua deuda con la Madre Tierra. El tardío reconocimiento de ella como sujeto de derechos y como un ser vivo ha afectado todas las vidas. Es importante reiterar que ella es digna de cuidados, porque en cada uno de sus pliegues se protege la biodiversidad de formas, colores, texturas, contenidos, que se mimetizan con las culturas y los procesos dinámicos de las existencias. Por tanto, la salvaguarda de la vida requiere de una paz integral, que renueve las relaciones entre individuos y entre comunidades, en todos los niveles. Por ello, Juan XXIII insiste en que se ordenen las relaciones civiles, políticas, internacionales y mundiales, teniendo en cuenta la verdad, la justicia, el amor y la libertad (cap. I-IV). 


En este sentido, sentipensarnos en comunidad es lo que mueve a reconstruir los vínculos desde la conversión ecológica integral y la ética del cuidado socioterritorial. El territorio es el lugar vital del quehacer de una Iglesia que se renueva frente a los procesos de cambio, en apertura a la escucha y al diálogo con las distintas realidades en movimiento. Porque para ella, la existencia de los individuos en sus diversos contextos es importantes. Pues es allí, que Dios se encarna (Jn 1,14), se comunica, camina con su pueblo[8]

¡Paz en la tierra! Es el quejido de los hijos de la tierra que el viento porta por el mundo y resuena por encima de los límites y prohibiciones que se han puesto, pidiendo hermanarnos en “la paz con verdad, justicia, caridad y libertad”[9]. ¡Paz en la tierra! Es un despertar crítico frente a la responsabilidad de sentipensar desde el guardianaje de la paz, una cultura del encuentro que restablezca las relaciones de la vida política y de una comunidad equitativa, memoriosa e incluyente[10]

 

2.      ¡Paz en la vida de los territorios!

 

Los territorios son el lugar de la vida, porque allí se tejen relaciones, significaciones e interconexiones con las que interactuamos en la cotidianidad y con cuanto nos rodea[11]. De aquí se puede comprender entonces, la resistencia de los pueblos que ha ido pasando de una generación a otra, hasta alcanzar nuestros días. Así, cobran relevancia las memorias narrativas y territoriales de las comunidades con las que se plasman vivencias, sentires y experiencias colectivas para hilvanarse en palabras que nombran las existencias y balbucean lo “innombrable”[12]. Se puede decir, que cada pueblo persiste en habitar su territorio y cuando por cualquier índole surgen ocupaciones, desplazamientos o éxodos forzosos, pervive en sus gentes la añoranza del retorno, del deseo de volver a su lugar de origen y de habitarlo en condiciones dignas, sin miedos y en paz. 

No se puede estar de parte de uno u otro país en guerra, porque no es verdad que somos enemigos. Lo que sí, es que, a cada lado de los muros, de las fronteras, de las alambradas, la gente ama, sufre, cree, duda, espera, sueña territorios posibles. Quisiera, en cambio, retratar la situación de indignación de cualquier pueblo en el escenario espeluznante de un conflicto sin sentido, cuyas vidas, historias e imágenes, se vuelven noticia y las encontramos esparcidas en los periódicos, en las redes sociales. A menudo, hacen parte de nuestras reuniones familiares o sociales y evocan analogías con las escenas más oscuras de la humanidad. Estamos frente a una violencia sistemática que pone al límite la vida y provoca constantemente crisis humanitarias. Duele esta compleja panorámica internacional porque nos toca de una u otra manera y nos exige anudar o articular los eventos histórico-políticos para no dejarnos tentar de leer de forma aislada, solamente, los últimos hechos[13]

Estamos interconectados, por ello, un ejercicio colectivo es el de disoñar la memoria futura y añadir así, un pedazo de responsabilidad en la construcción de paz. Para los cristianos, existe una solicitud concreta: vestirnos de projimidad. Esto es, estar dispuestos a vivir la reciprocidad, la comunión, la hermandad que el momento exige, sin anteponer los intereses particulares al bien común. Los signos evangélicos nos ayudan a testimoniar la sorofraternidad, a ser artesanos del cuidado mutuo, a urdir confines y a guardianar la vida. La praxis del amor político, recogido en Fratelli Tutti recuerda que la caridad política, “es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”[14].

 

Las palabras de papa Francisco, son un llamado a co-construir el “nosotros”, la comunidad, el Reino de Dios, a partir del poliedro de las diversidades. En este modo de entender el amor político, calza muy bien la sabiduría de los indígenas Wayuu, quienes tradujeron el artículo 11 de la Constitución colombiana así: “Nadie podrá llevar por encima de su corazón a nadie ni hacerle mal en su persona, aunque piense y diga diferente”[15]

A partir de lo apenas citado, evidencio que toco el tema de la paz en los territorios por medio de un lenguaje corazonado, como una metáfora capaz de evocar una realidad compleja que araña las entrañas. La intención es aquella de abrir los sentidos a la escucha del grito de nuestras hermanas y hermanos que viven en situación de precariedad, con una cotidianidad negada y casi inexistente, a la vista del mundo. Es para que en lo posible elijamos situarnos del lado de las víctimas, de quienes sufren a causa de un ciclo vicioso de genocidio, de colonialismo y de un sistema injusto que rasga el tejido de su propia sociedad con acciones ofensivas planificadas, hasta ponerla en vilo.  

A propósito, leyendo a Tocci, ella sostiene que los países, por lo general “no utilizan toda la atención de los medios y el capital político, económico y de seguridad para sanar las llagas abiertas, sino para poner una cura allá donde no existen heridas, engañándose a sí mismos, al pensar que los verdaderos problemas permanecen congelados”[16] con el trascurrir del tiempo. Sin embargo, ahora mismo, el mundo está en modo, estado de guerra. Y es irónico que, por un lado, se pondere los avances del mito de la inteligencia artificial y por el otro no cese el abuso de poder sobre nuestros semejantes y sobre la Madre Tierra[17]. Me pregunto. ¿Cómo es posible que una parte de la humanidad continúe todavía a plantar el linaje del vencedor sobre la otra parte de los vencidos, con tanta frialdad, llevando las cosas hasta un punto crítico de no retorno? La evolución del conflicto se ha vuelto cada vez más complicada de discernir y es a las personas que conforman una sociedad de “buena voluntad”, a quienes corresponde tomar posición para desescalar la violencia y encontrar salidas a esta crisis polarizada y a este laberinto de tensiones. 

A esta generación corresponde cuestionar, modificar y sanar los relatos belicosos y su propaganda de terror, que vergonzosamente se han petrificado en la historia, representando la miopía y el fracaso común de la humanidad. No dejemos que nuestra atención se distraiga y enfoquémosla desde perspectivas otras, ajenas al sistema dominante. Porque como dice el libro del principito, “solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”[18]. Por tanto, es del ser humano saber apreciar y reconocer, posibilidades o apuestas que nacen en los territorios como una acción transformadora en crecimiento. Puesto que la fuerza de la vida, porta en sí la energía regeneradora que hace renovar procesos e intentar nuevos comienzos en esa construcción de paz con justicia social.

Finalmente, en la paz territorial es importante reinsertar los territorios con sus oportunidades históricas, el diálogo y la escucha plural, con los nombres de paz, equidad, justicia social y biodiversidades[19]. Incluirlos en las políticas públicas, en planes y proyectos prioritarios para reivindicar los derechos socioterritoriales.