Palabreando el Habitar el Territorio
La lectura del territorio que se encuentra a continuación es fruto de la investigación doctoral “lectura teológica del habitar el territorio, en la Asociación de Mujeres Multiétnicas y sus Familias retornando a la Tierra- ASMUFARE, Armenia, Colombia. Algunos de los apartados de este artículo estarán contenidos en el libro de mi autoría que será próximamente publicado con la Editorial del Celam.
Lo que motivó la investigación fue la relación ancestral con el territorio y la cosmoexistencia vinculada al mismo. Así como la problemática del terricidio[1] perpetuado en las comunidades y territorios, que hoy se alza como grito entrañable, capaz de cuestionar los hilos de una memoria incomoda, vulnerable y de una deuda histórica que clama la reivindicación del buen vivir.
El habitar el territorio aborda referentes teóricos, las sabidurías emancipadoras de nuestros pueblos y lugares de enunciación, lo que nos aproximan a la relación con el espacio geográfico y con la construcción social donde interactúan relaciones de poder.
Es importante esclarecer que el habitar el territorio no está sujeto a un concepto bien definido, sino que tiene una amplia comprensión que brota en las ciencias sociales. En su devenir se ha ido enriqueciendo con el cambio de época, la interdisciplinariedad, la relación de las comunidades con el territorio habitado y el saber colectivo.
El concepto de territorio incorporado por las ciencias sociales es una herencia de la modernidad que lo asocia al espacio geográfico en su dimensión espacial concreta, es decir, a la base o espacio geofísico y geopolítico del Estado-nación. Además, lo vincula a las relaciones de poder y a la conquista de pueblos, favoreciendo así, al modelo económico capitalista, colonial y patriarcal. Esta manera de ver el territorio se refleja en la praxis extractiva insostenible que ha puesto en crisis la vida.
A partir de los años 70’, la geografía da un giro y en América Latina se cuestiona la noción del territorio como verdad intangible y se posiciona una interpretación enraizada en los procesos sociales e históricos que viven los distintos colectivos. En adelante, Santos promueve el estudio del “territorio usado”. Esto es, el territorio geográfico material habitado por la gente, quien lo ordena en la interrelación, lo renueva con los procesos comunitarios, con las prácticas cotidianas, técnicas, normas y con la metamorfosis del tiempo cambiante.
En este sentido, el territorio es una construcción social, un proceso de interacción e interconexión en el que cada comunidad produce su espacio percibido, concebido y vivido. El habitar el territorio está tejido de los vínculos entre personas y territorio, por ello, articula la interdisciplinariedad y el compartir de la reflexión sobre la praxis, que se gesta en la cotidianidad.
Asimismo, en América Latina las comunidades ancestrales y los movimientos sociales han contribuido desde sus saberes, prácticas territoriales y luchas, en el sentipensar del habitar el territorio. Ellas y ellos son artífices de nuevas epistemes, relatos, basados en las sabidurías que enmarcan otras comprensiones, que se expresan en lenguajes muy variados, no necesariamente argumentativos, sino que recurren a lo simbólico. Es decir, a expresiones artísticas, relatos, poesía, mapeos, murales, tejidos, música, que poseen una fuerte carga política, de resistencia, de resiliencia, de espiritualidad y de transformación social.
En el habitar el territorio juegan un papel importante las relaciones de poder, que están presentes en la red de relaciones recíprocas y son parte del tejido social. Sin embargo, lo institucional tiende a apropiarse de estos procesos para su funcionamiento, a través de discursos de verdad hegemónicos que sostienen el abuso de poder.
No es difícil imaginar que el habitar el territorio en América Latina ha sido marcado por el abuso de las relaciones de poder, porque históricamente se ha disputado el control territorial para favorecer un modelo económico extractivo insostenible. Para este propósito se saquea los bienes del territorio y los conocimientos ancestrales que son patrimonio de los pueblos, al servicio de la humanidad. Los efectos de dichas acciones se evidencian en la destrucción territorial, en la inequidad e injusticia social, en la violación sistemática de los derechos de los pueblos, en el despojo de sus relaciones, culturas, modos productivos y del lugar sagrado de la vida: el territorio.
Por este motivo, la ecología política desea contribuir en la resolución del conflicto que surge entre las estrategias de poder capitalista y las voces antagónicas de quienes defienden el territorio, para deconstruir los discursos dominantes y así, ayudar a liberar el territorio desde la lucha epistémica, política y económica. También, reivindicar el derecho del ser cultural en su diferencia, los lenguajes distintos, las gobernanzas y las relaciones de sujeto a sujeto con el territorio. Estas epistemes de re-existencia y de insurgencia son cultura y un poliedro de espiritualidades que revitalizan el modo de habitar el territorio desde un entrañar creativo. Su valiosa carga de significados cotidianos y profundos urden la memoria colectiva y sitúan en la esfera de lo público la lucha constante del habitar el territorio. Igualmente, cuestionan la visiones y prácticas colonizadoras que con violencia física y simbólica han marcado la historia del continente.
En este contexto, la Iglesia latinoamericana da su aporte desde este territorio a través de las Conferencias Generales, la Teología de la liberación, el Sínodo de la Amazonia, las Redes y procesos eclesiales que son un signo profético. De esta andadura han surgido incontables líderes sociales y ambientales, profetas de esperanza como Romero, Casaldáliga, Proaño, Ulcué, entre otros, quienes supieron caminan con el pueblo en la defensa del territorio. De igual manera, el Magisterio de Francisco agudiza la escucha al clamor de los pueblos y de la Madre Tierra y sostiene que el mal socioambiental nace en un corazón humano herido que no se reconoce parte de la trama, por eso sus acciones se desligan de las relaciones que trenzan la vida.
Es importante saberse como seres comunitarios invitados a renovar los vínculos desde la conversión ecológica integral y la ética del cuidado socioterritorial. Ya que, el territorio es el tejido cotidiano en el que las comunidades habitan, trabajan, sufren, cambian, aman, creen, viven comúnmente su existencia. También, es el lugar vital del quehacer de una Iglesia que se renueva frente a los procesos de cambio, en apertura a la escucha y al diálogo con las distintas realidades vivas y dinámicas. Porque para ella, la existencia de los individuos, el contexto social y cultural, el territorio, es importantes. Pues es allí, que Dios se encarna (Jn 1,14), se comunica, camina con su pueblo.
[1] “Terricidio: es el asesinato constante de la tierra y el desencadenante fatal para que otros crímenes contra la naturaleza y los seres humanos proliferen” (Pilatti, “Qué es el terricidio y qué proponen las mujeres indígenas con una histórica caminata”).